Carlos Castillo Quintero (Miraflores, Boyacá, Colombia, 1966) Ha publicado las novelas Peces de nieve (2018), Gente rara en el balcón (2016) y Alicia Cocaine (2016); los libros de cuento Dalila Dreaming (2015), Espiral al Sur (2013), Carroñera (2007), y Los inmortales (2000), además de cinco poemarios. Ha sido incluido en antologías y revistas literarias de Colombia, Venezuela, Argentina, Puerto Rico, Estados Unidos, Francia y España. Cuentos, poemas y textos suyos sobre escritura creativa han sido traducidos al inglés, al francés, al italiano, y al portugués. Ha ganado varios premios entre los que se destacan: Premio de Novela CEAB, 2015. Premio Bienal de Novela Corta Universidad Javeriana, 2012. Premio Nacional de Cuento convocado por el Ministerio de Cultura y dirigido a directores de RENATA, años 2011 y 2012. Premio Nacional de Cuento Universidad Central, 2012. Premio Libro de Cuentos, CEAB 2012. Premio Libro de Poemas, CEAB 2007. Premio Nacional de Poesía Universidad Metropolitana de Barranquilla, 2002.
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I
Se entregan y olvidan
―los amantes―
que ella aguarda.
Mira los cuerpos
y suave los palpa,
por la habitación camina
recoge el desorden de ropas
las modela y sonríe
mientras escucha
promesas de amor eterno,
respira en el hombro
de los que se aman
y olvidan
que se impacienta
la paciente muerte.
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II
Cruzan la noche
guiados por el rastro
de la serpiente.
Deshacen
la falleba de sombra
y franquean el umbral
al paraíso.
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III
Las pieles
enardecieron el apetito
de dioses imberbes
que acudieron.
Pero el amor, fortalecido,
les hizo huir
por la noche lluviosa
y sin faros.
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IV
Cuando la medianoche
permite que el alba se aproxime.
En su corazón
el amante oye una voz
oscuro presagio
que al amor condena.
Entonces
a pesar del alba
a pesar de la fatiga
busca al amado
a su tibia piel entredormida
y prosigue
la ronda nocturna.
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V
El amado
contendor que ignora
el arma que usa,
ve con asombro
el rostro fatal, herido,
del amante que lo mira.
Perdido duelo, irremediable,
el del amado.
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VI
Tu cuerpo,
morada segura
hasta el alba.
Final del tedio,
de la fiesta
de duendes.
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VII
Allí, en el pecho,
―el olvido―
igual que el amor
habitando lo suyo.
Leal a su conjuro.
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VIII
Te vi llorar
no por el amor que moría a tus pies,
no por lo perdido
sino porque ya no quedaba nada
para destruir.
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IX
Rosa ebria,
enemigo temible
―este amor―
que me hizo olvidar
tu condición natural
de ave migratoria.
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X
En la agonía final
el amante
no siente el último
―el único―
beso del amado,
pero escucha su llanto
y sonríe,
imperceptible.
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XI
Dejándolo tendido,
con el puñal aún en el pecho,
la amada huye bajo la noche lluviosa.
Mezclada con la lluvia
la sangre del amante huye también
va al río
y allí, cuando la amada lava su culpa,
la seduce.
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XII
Guerrero inútil
el amante,
mosca postrada
en el ínfimo rastro de leche.
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XIII
Acosada
por la nostalgia
una lágrima
anónima
minúscula
rodaba.
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XIV
Piel en el lecho,
filo de acero olvidado
―este deseo―
resabio
que de ti me queda.
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XV
Mi mano que no sabe quién
que no sabe dónde.
Mi cansada mano
que en la noche llama
a ver
si tu corazón le abre.
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XVI
Mi deseo,
toro de lidia que se aleja
sin rastro de sangre en el lomo.
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XVII
Reino de sombras,
―tu cuerpo―
donde náufrago de ti,
hallo consuelo.
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XVIII
Tu piel,
estrella en fuga
más antigua que mi nostalgia.
Noche que se rompe
contra los acantilados,
ofrenda delicada
a un dios ajeno.
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XIX
Navío encallado en mi alma
prepárate a partir
a regresar
cuando el amor sea vida de nuevo.